martes, 6 de octubre de 2015

COMO MOVER LA MANO DE DIOS



“Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño estaba muerto tendido sobre su cama. Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a Jehová” (2 Reyes 4:32·33).

Elíseo había sido discipulado por Elías y sabía que su líder había resucitado al hijo de la viuda. Elías le había compartido a su discípulo Eliseo de manera detallada lo acontecido con la criatura en aquella casa donde estaba hospedado y que había muerto repentinamente. En aquel momento, Elías tomó al niño en sus brazos y se dirigió a Dios en oración diciéndole: “Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo? Y se tendió sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió” (1 Reyes 17:20·22).
Eliseo ahora se encuentra en una situación muy similar a la de su maestro. “Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a Jehová” (2 Reyes 4:33). El profeta asumió de forma personal la causa de la aflicción de esta familia y la hizo su carga de oración. Eliseo estaba determinado a que Dios le revelara la manera más eficaz de interceder por este asunto y estaba dispuesto a hacer lo que fuera, con la confianza de que el niño regresaría a la vida.
La amabilidad de aquella mujer hacia él en el pasado era un argumento poderoso a su favor en el mundo espiritual, tanto que el profeta se había ofrecido para interceder a su favor ante el rey o hacer lo que fuera necesario para ayudarle.
Ahora Eliseo sabía cuál era la necesidad de la mujer y que el favor que le pedía era interceder, no ante el rey, sino ante el mismo Dios para que extendiera Su misericordia y su hijo regresara a la vida. Por ese motivo, decidió quedar a solas con Dios para presentar el asunto a Él. Eliseo sabía que lo que le pidamos al Señor en nuestra recámara secreta, tendrá recompensa en público (Mateo 6:6). Estaba determinado a creer que Dios le respondería prontamente, pues el cadáver estaba en su antigua habitación y sabía que no podía ser indiferente ante esa situación.
El profeta no iba a acostarse, sabiendo que había una persona muerta a su lado, sino que era necesario que quedara velando en oración hasta que el milagro aconteciera.
El salmista David dijo: “Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol” (Salmos 16:7·10).
Pareciera que tal era la oración de Eliseo, pues clamaba por la vida del niño como si fuera su propia alma. Sabía que Dios no lo dejaría ir a la sepultura, sino que haría el milagro y le devolvería la vida. Este es el Salmo que debemos orar ante el Señor para que extienda Su misericordia a los que están muertos espiritualmente, intercediendo por ellos como si fuera nuestra propia alma, perseverando hasta ver el milagro de la resurrección en sus vidas

No hay comentarios:

Publicar un comentario